viernes, 11 de junio de 2010

Cara a cara con la muerte

¡Buenos días, Cantabria! Perdonen que empiece con algo personal, pero es que ha muerto mi padre, y como comprenderán no me puedo abstraer de ello tan fácilmente. Para mí, como ocurre siempre con los hijos, mi padre era un hombre bueno, sencillo, alegre y generoso, que dedicó su vida al servicio de su familia y de los demás, sin hacer ruido. Fue mi mayor maestro. Lo poco bueno que tengo se lo debo a su ejemplo callado. Cuando debido a mis errores descendí en vida a los infiernos, la mano de mi padre es la que siempre estuvo tendida sin un reproche y a la que pude asirme para salir de allí. Yo nací en sus brazos y sentía la necesidad de que muriera en los míos para cerrar el círculo y acompañarle en el momento más importante de su vida. Le pedía a Dios que me concediera ese deseo y tuve el privilegio de que así fuera. Ha sido la experiencia más gratificante que he tenido nunca, el encontrarme cara a cara con la muerte, con la de mi padre y también en cierto modo con la mía.

Todo esto me sirve para hacer una reflexión para todos sobre la muerte. En el misterio de la existencia humana, de la cual no sabemos nada, y lo poco que creemos saber es por ideas de una u otra manera prestadas, la única certeza que tenemos es que nuestro organismo cuerpo-mente va a morir, y con él este personajillo que hemos creado con nuestras sucesivas máscaras y con el que erróneamente nos identificamos, lo que llamamos el ego. Pues bien, como decía esa es la única certeza y resulta que vivimos de espaldas a ella. Le tenemos miedo a la muerte, aunque no lo reconozcamos conscientemente, y de ahí derivan todos nuestros miedos y el sufrimiento correspondiente. Yo como todos también tenía mis ideas al respecto, pero eran solamente eso, ideas. Al vivir en directo la muerte de mi padre en total conexión con él, he experimentado que la muerte es parte inseparable de la vida, es en realidad una transformación y que el tránsito es muy fácil y bello. En ese trance, como siempre sin palabras, mi padre me regaló su última gran lección. Vivamos día a día la presencia de la muerte con naturalidad, sin miedo. Cuando llegue nuestro momento tratemos de vivirlo conscientemente y en él se nos revelará por fin el misterio de la existencia. Será el climax, el punto culminante de nuestro camino. Al encontrarnos cara a cara con la muerte nos encontraremos por primera vez cara a cara con la vida, con la verdadera realidad. El gusano encerrado en su capullo, cuando se encuentra con su aparente muerte, se convierte en una mariposa libre para volar, su verdadera naturaleza.

Entre otras cosas íntimas que le manifesté a mi padre en los instantes finales, y con una cierta ironía y humor para desdramatizar del todo el momento, le dije:
“Papá, allí donde vayas sigue cuidando de mí, que ya sabes que tengo mucho peligro”. El, ya sin fuerzas para hablar, pero totalmente consciente, hizo un gesto sonriendo y elevando la mirada como diciendo: “Hijo, ya te vale, todavía ahora me sales con esta embajada”.
 
Testimonio de Jesús Blanco Rojo, Colegio de Arquitectos de Cantabria

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